En el transcurso de los años preescolares[1], como
consecuencia de su desarrollo físico, en el cual se encuentran las estructuras
óseo-musculares, los niños no dejan de aumentar regularmente su talla y peso, a
una velocidad de crecimiento más lenta de lo que ha sido durante sus primeros
años de vida; el cerebro continúa también su desarrollo, el cual ahora está en
un proceso de arborización de las dendritas y conexión de unas neuronas con
otras. Este proceso, iniciado en la gestación, se intensifica al máximo hasta
los cinco años.
En el comienzo del preescolar, a los tres años de
edad, ya ha concluido la fase fundamental de mielinización de las neuronas, con
lo cual se está en condiciones de realizar actividades sensoriales y de
coordinación de manera mucho más rápida y precisa. Es de resaltar la maduración
notable del lóbulo frontal sobre los cinco años, que permite importantes
funciones de regulación, planeamiento de la conducta y actividades que eran
inicialmente involuntarias, como es el caso de la atención, la cual por
ejemplo, se va haciendo más sostenida, menos lábil y más consciente. De igual
forma la capacidad perceptiva es fundamental para el desarrollo de las otras
capacidades que se sintetizan o unifican en el proceso de pensar.
En la educación preescolar se habla de
psicomotricidad[2],
concepto que surge como respuesta a una concepción que consideraba el
movimiento desde el punto de vista mecánico y al cuerpo físico con agilidad,
fuerza, destreza y no “como un medio para hacer evolucionar al niño hacia la
disponibilidad y la autonomía”.
La expresividad del movimiento se traduce en la
manera integral como el niño actúa y se manifiesta ante el mundo con su cuerpo
“en la acción del niño se articulan toda su afectividad, todos sus deseos,
todas sus representaciones, pero también todas sus posibilidades de
comunicación y conceptualización”. Por tanto, cada niño posee una expresividad
corporal que lo identifica y debe ser respetada en donde sus acciones tienen
una razón de ser.
A partir de esta concepción se plantean tres
grandes objetivos que se complementan y enriquecen mutuamente: hacer del niño
un ser de comunicación, hacer del niño un ser de creación y favorecer el acceso
hacia nuevas formas de pensamiento, por lo cual, al referirnos a la dimensión
corporal, no es posible mirarla sólo desde el componente biológico, funcional y
neuromuscular, en busca de una armonía en el movimiento y en su coordinación,
sino incluir también las otras dimensiones, recordando que el niño actúa como un
todo poniendo en juego su ser integral.
Se podría decir que desde la dimensión corporal se
posibilita la construcción misma de la persona, la constitución de una
identidad, la posibilidad de preservar la vida, el camino de expresión de la
conciencia y la oportunidad de relacionarse con el mundo.
En el comienzo del preescolar, a los tres años de
edad, ya ha concluido la fase fundamental de mielinización de las neuronas, con
lo cual se está en condiciones de realizar actividades sensoriales y de
coordinación de manera mucho más rápida y precisa.
Mallas Curriculares
- Primer periodo
- Segundo periodo
- Tercer periodo
- Cuarto periodo
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